“En la India las mujeres son violadas, asesinadas y sacrificadas para preservar el orgullo y la reputación de los hombres”
En un país como la India, donde la impunidad contra las mujeres es norma, la periodista, crítica y novelista indioamericana, Thrity Umrigar, escribe para visibilizar esta dura y triste cotidianidad. Su prosa no solo enlaza historias en las que pasado y presente se dan la mano, también es el espejo del poder patriarcal que se ejerce y perpetúa contra ellas y que tiene en las féminas que se sublevan a este destino impuesto, la luz al final del túnel.
Nuria Coronado Sopeña
Y es que, tal y como describe el informe Gender Norms and the Wellbeing of Women and Girls in India: A Review en dicho país “las normas reflejan la superioridad masculina y la subordinación femenina. También dictan los atributos y comportamientos que se consideran aceptables para hombres y mujeres. En sociedades patriarcales como la de la India, los sistemas de parentesco han sido tradicionalmente autoritarios, jerárquicos y basados en el género, con el patriarca ejerciendo control sobre la vida socioeconómica del grupo familiar de manera que se refuerzan las desigualdades. Dentro de este contexto, los sistemas de género proporcionan la base para los roles de mujeres y hombres, con normas que garantizan que el poder, la autoridad y el control recaigan en los hombres y las mujeres sean subordinadas”.
Siempre cerca de sus raíces
Unos roles ante los que dicha autora - nacida en 1961 en Bombay, ciudad en la que estudió hasta la universidad y desde dónde emigró a los veintiún años a Estados Unidos- se indigna. Y es que la distancia geográfica con el lugar que la vio nacer convivía con la libertad de la que ella gozaba no solo por la educación recibida de su familia sino también por las oportunidades que tenía en su nuevo hogar. “Yo era aquella niña de ciudad, criada en una familia tolerante, occidentalizada y de clase media en la que se daba por sentado que las mujeres debían recibir educación y ser independientes”.
Thrity Umrigar necesitó tiempo para entender que gracias a ese nuevo contexto personal pudo elegir y disfrutar de una nueva vida. “¿Cómo era posible que mis privilegios me hubieran impedido ver tal injusticia? Por supuesto, era consciente de la pobreza urbana y había escrito sobre las personas sin hogar y las dificultades de los trabajadores pobres, pero me sorprendieron tanto los castigos medievales como el hacer caminar a las mujeres sobre brasas como la mentalidad patriarcal que solo pude reaccionar a ellos”, reconoce.
Precisamente ese respeto “por las mujeres que persistieron contra todo pronóstico, que cuestionaron tradiciones que habían prevalecido durante miles de años”, radica la fuerza de su escritura.
Una mujer que tiene en su padre su fuente de inspiración. “En 1993, él, ya de mediana edad, se quedó de pie en nuestro balcón y observó impotente cómo ardía el edificio de apartamentos al otro lado de la calle. Había sido incendiado por una turba de hindúes enfurecidos que habían oído que en la planta baja vivía una familia musulmana. Por aquel entonces, yo vivía en la lejana América, a salvo del paroxismo de locura y violencia que se apoderó de Bombay —la que fuera la ciudad más tolerante y cosmopolita de la India— durante aquel terrible periodo. Pero aún puedo oír la consternación en la voz de mi padre cuando más tarde me contó el incidente durante nuestra charla telefónica semanal. Inmediatamente me preocupé por el bienestar de mi familia, pero él restó importancia a mi inquietud. Éramos parsis, una minoría religiosa pequeña, próspera y educada de la India; se decía en broma que éramos tan pocos que nadie nos veía como una amenaza”, recuerda.
Tiempo después supo a través de su progenitor que “la familia musulmana que vivía al lado de nuestra casa que habían llevado todas sus joyas a mi padre para que las guardara antes de huir del barrio durante unas semanas. Hubo muchas historias tristes de familias que regresaron a sus hogares después de que terminaran los disturbios y descubrieron que aquellos a quienes habían confiado sus bienes los habían estafado. Mi padre, por el contrario, había hecho que nuestros vecinos guardaran ellos mismos sus joyas en su taquilla y luego les había dado la llave. «Cuando regresen», les dijo, «por favor, vengan y utilicen la llave para retirar sus pertenencias».
El gran legado
Aquel relato se le quedó grabado para siempre. “Aunque ya no estaba en la ciudad donde nací y aquella historia no la consideraba material literario, solo una historia personal que me hacía preocuparme por mi padre, al tiempo que me hacía sentir más orgullosa de él”.Un orgullo por él y su familia que le llevó a obtener después un máster en Periodismo en la Universidad Estatal de Ohio y a doctorarse en Literatura Inglesa en la Universidad Estatal de Kent. Además, a lo largo de su trayectoria ha sido profesora de Escritura Creativa en la Case Western Reserve University en Cleveland y colaboradora con medios como The New York Times o The Washington Post.
A ese respeto por el legado familiar se unió tiempo después toparse con una serie de artículos escritos por Ellen Barry -reportera de The New York Times, corresponsal internacional principal del periódico entre 2017 y 2019, y jefa de la oficina del sur de Asia en Nueva Delhi, India, entre 2013 y 2017- para centrar su escritura aún más. “Empecé a leer sus reportajes sobre las condiciones opresivas de las mujeres en algunas zonas rurales de la India y aquello me cambió para siempre”.
Y es que tal y como reconoce la escritora “la descripción que hacía Barry del castigo infligido a quienes se apartaban de la tradición me puso los pelos de punta. Cosas que damos por sentadas, como que las mujeres trabajen fuera de casa, se consideraban transgresiones punibles con castigos que recordaban a la Edad Media. Una barbarie que tal y como también Barry describía se prolongaba y permitía gracias la corrupción política y policial de mi país”.
Gracias a todo lo que Thrity Umrigar descubrió de la mano de la periodista estadounidense le brotó la escritura de la novela Honor. Las páginas de este libro gritan y denuncian el concepto del honor y lo que implica para las niñas y mujeres de su país. “Se trata de una tapadera más para ser dominadas por sus padres, hermanos e hijos. La política sexual de los llamados asesinatos por honor es imposible de evitar. Las mujeres son violadas, asesinadas y sacrificadas para preservar el orgullo y la reputación de los hombres”.
Una opresión que como se denuncia en el informe ya mencionado Gender Norms and the Wellbeing of Women and Girls in India, hace que las niñas sean educadas “para creer que son inferiores y deben ser sumisas con los niños. Se les enseña que deben restringir su libertad de expresión, su libertad de movimiento y su exposición al mundo exterior. Se las considera propiedad de otra persona (paraya dhun), una carga para la economía de la familia natal, incapaces de contribuir económicamente al hogar familiar o de mantener a sus padres en la vejez, y se percibe que el pago de la dote y los elevados gastos relacionados con la boda agotan aún más los recursos de la familia. El honor familiar o izzat depende además de la privacidad. El patriarca se asegura de que las discusiones familiares, incluidas las disputas matrimoniales, no se hagan públicas, por un lado, y, por otro, se desalienta a la unidad familiar a intervenir en las disputas de otras familias, negando así a las mujeres una red de apoyo”.
El cambio tiene que venir del otro lado
Así las cosas, la autora de El cielo de Bombay y La estación de los recuerdos, regresa ahora con más compromiso a través de su último trabajo publicado en España y titulado El canto de los corazones. Unas páginas con las que Umrigar hace hincapié en que además de que las mujeres salven a otras mujeres de su existencia, hace falta el compromiso de la otra parte. “Hay muchos hombres buenos que trabajan por los derechos humanos y la justicia para todas las personas. Mohan, en la novela, es un ejemplo de uno de ellos”.
Una visión solidaria y positiva para con las mujeres que hace que la autora no crea que la India y su tradición por el honor sea solo un país escrito en negro para ellas. “Se trata de un país grande y complejo. Si bien los crímenes de honor y la violencia machista existen y es una realidad desafortunada, decir que es un país de verdugos es una afirmación demasiado general”, añade.
Si bien Umrigar no se quiere quedar solo con esa visión pesimista de la India reconoce que la cultura de la violación y la alta violencia sexual ejercida contra niñas y mujeres es fruto de la educación sexista “que valora más a los hijos varones que a las hijas y que es propagada por la pobreza y el analfabetismo”.
También destaca que en el maltrato a las mujeres hay dos factores que echan fuego a esa violencia opresiva que no cesa. “La religión ciertamente juega un papel muy importante. A ella se suma el estatus y el sistema de castas. Como en toda sociedad, el estatus de clase y social influye en a quién se oprime y quién se salva de ello”. Por ello y si bien la escritora destaca “la misoginia de la India”, también resalta que “hay muchos hombres pobres oprimidos”.
Pero ¿cómo cambiar esta realidad? Umrigar tiene claro que “es a través la esperanza colectiva” y que esta “no es una elección, es una obligación moral. La gente tiene que desear el cambio masivamente para que la transformación surja”.
Mientras ese cambio llega ella pone todo de su parte escribiendo. “Para mi escribir es un acto de justicia. Trato de que, tanto a través de mis libros como de mis trabajos periodísticos, se revele lo que está oculto. Esa es la medida definitiva. Una siempre espera contar una buena historia que pueda ablandar los corazones de las personas y también hacerlas reflexionar y tal vez verse a sí mismas en la vida de los personajes”. Por eso a pesar de vivir fuera de su país, se mantiene conectada a él como mujer “a través de su familia, las amistades, las visitas, y un amor general por querer ver progreso, no solo en India, sino en todas las sociedades”, finaliza.
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