"Soy la voz de cada esclava sexual que paga el precio más elevado de los conflictos"

 

La activista iraquí y premio Nobel de la Paz, Nadia Murad, ha tenido que aprender a sobrevivir a dos dictaduras crueles que van de la misma mano: la de la violencia sexual ejercida por el Estado Islámico. Por eso cada palabra y cada acto en el que participa son una forma de restituir su dolor como superviviente de esclavitud sexual que busca justicia. Ella es voz y reflejo de cada víctima afectada.

Y es que el ISIS, el estado patriarcal coercitivo patrocinado y consentido por los gobiernos occidentales, usa y abusa de la tortura sexual a niñas y mujeres para seguir haciéndose fuerte. “Utilizaron a las mujeres como reclamo para reclutar a guerrilleros a su causa. A ellos les decían que al unirse dispondrían de nueve mujeres como esclavas sexuales". Un régimen misógino que al principio no quiso que se quedasen embarazadas. “Por eso repartían píldoras anticonceptivas. Así podían violar y gozar de distintas mujeres. En caso de embarazo se tenían que quedar con ellas. El ISIS quería comprar, vender y violar a tantas como les fuera posible”, recuerda.

Todo cambió cuando se dieron cuenta de que estaban perdiendo la guerra en Irak y en Siria. “Entonces empezaron a embarazarnos para asegurarse de que su legado se quedaría. ¿Quién va a llevar mejor su legado que las mujeres con esos hijos que nacerían fruto de la violación? Esa es una marca que queda en tu cuerpo para siempre y de forma permanente en la vida. Por eso al final empezaron a dejar a las mujeres embarazadas una y otra y otra vez”.

Nuria Coronado Sopeña

En 2014, Nadia Murad, de la minoría izadí, vivía en Sinjar, un pequeño pueblo de Irak. Allí sólo soñaba con tener el primer centro de estética de su localidad.Mi plan era acabar el instituto, ser la primera mujer en abrir un centro de estética, hacerme famosa por ello y crear un espacio para las mujeres”. Pero aquello no pudo ser. “Ese verano, el Estado Islámico arrasó mi comunidad, mató a mi madre y a mis seis hermanos, además de a otros familiares varones. Mis hermanas, primas, sobrinas y yo fuimos raptadas”.

Un destino feliz que Murad recordó es el mismo que se les ha negado a las afganas. “Los talibanes cerraron todos los centros de estética del país. Con ello lanzaron un mensaje. No era que las mujeres no pudieran ponerse maquillaje o peinarse, porque eso lo pueden hacer en casa. Lo que temían, lo que les daba mucho miedo, era que ellas tuvieran ese espacio donde reunirse. Lo peligroso para ellos es que las mujeres conecten, hablen y aprendan nuevas cosas”.

La que hoy es embajadora de buena voluntad para la dignidad de las supervivientes de trata de personas de las Naciones Unidas, fue vendida como esclava sexual. Varios meses después consiguió escapar de dicha explotación sexual y llegar a un campo donde se congregaban más de 12.000 personas refugiadas. 

Allí, además de cargar con lo padecido tuvo que lidiar "con el estigma y la vergüenza" de haber sido abusada. De aquel campo salió con destino a Alemania. Allí decidió hablar. "Tenía que compartir mi historia. Ser la voz de cada una de las mujeres, cada una de las niñas y niños que pagan el precio más elevado de los conflictos", dice.

“Todas las historias que llevo en mi”

La autora de Yo seré la última historia de mi cautiverio y mi lucha contra el Estado Islámico (Penguin Libros) ha pasado recientemente por España para resaltar que ella es plural de la aberración vivida. “Mi historia es también la de mi comunidad. Es la historia de todas las historias que llevo en mí, de todas las historias de mujeres supervivientes, ya sea en Irak, el Congo, Gaza, Sudán o Ucrania".

Aun así, aunque reconoce que nunca podrá superar todo lo padecido, sabe que hablar le sana. “Quiero compartir mi historia y las de millones de mujeres porque la sociedad a menudo nos culpa a nosotras. Culpa a las mujeres por lo que sucedió. Por eso es importante contarlo. Yo soy una persona que comparte su historia y con la mía la de otras. Unas podemos hacerlo, pero hay demasiadas que siguen sin ser capaces de compartir sus historias”.

Lo sabe bien porque en la actualidad hay unos 50 conflictos armados en el mundo donde las mujeres y las infancias están siendo duramente violadas y castigadas. Por ello durante su participación en el ciclo “Mujeres contra la impunidad”, organizado por La Casa Encendida y la Asociación de Mujeres de Guatemala, Murad incidió en que grupos terroristas como el Estado Islámico "siempre tienen un plan especial para las mujeres". Un perverso y misógino plan basado en raptar a 6.500 mujeres y menores de edad para ser esclavas sexuales en Irak y Siria. 

A la fundadora de Nadia´s Initiative se le sigue partiendo el alma recordando a su madre. "Ella era demasiado vieja para ser una esclava sexual, por eso la asesinaron. Mujeres como yo fuimos raptadas de nuestras familias y vendidas como esclavas sexuales, fuimos violadas y sufrimos abusos de todo tipo. Mi supervivencia requería asumir una responsabilidad: compartir con el mundo lo que había sufrido en el cautiverio. Quería hablar de esas niñas a las que violaron, se lo debía a los niños que se llevaron a campos de formación para lavarles el cerebro y se lo debía a esas madres que no tuvieron la oportunidad de despedirse de sus hijos e hijas".

La premiada con el Nobel de la Paz, en su primera visita a España, denunció que la comunidad internacional “no hizo nada en Irak pese a ver señales claras de que el Estado Islámico iba a utilizar la violación como arma de guerra” y lamentó que esta complicidad siga en otros lugares. “Hoy en día en Sudán o en la República del Congo las niñas estén siendo violadas una y otra vez sin que a nadie le importe. La violencia sexual no cesa”.

Frente a esa violencia global contra las nacidas mujeres la palabra es subversiva y curativa. “Aunque no lo parezca hablar es un avance. Compartir nuestras historias es muy valioso porque a lo mejor pensáis que lo que ha sucedido en Irak fue hace 10 años y ya está. Sí, es verdad, fue hace ese tiempo, pero lo que realmente sucedió a todas las mujeres y las niñas que sufrieron las violaciones y el abuso tras la guerra no es algo que terminase. Hay muchas que siguen luchando para poder ir a juicio y las hay que todavía quieren seguir esa estela”, destacó.

Murad añadió que no importa el dónde, “en cualquier lugar las mujeres se ven acalladas. Se usa con nosotras la vergüenza y el estigma para silenciarnos porque ambas cosas están asociadas con la violación. Tenemos que trabajar en eso, en cambiar las normas y en dejar de culpar a las supervivientes por lo que les ha pasado. Casi todas las mujeres en mi familia estuvieron en cautiverio y pasaron por los mismos abusos y la misma violencia que yo. Sin embargo, ninguna ha compartido su historia. Soy la única en mi familia que hasta ahora lo ha hecho”.

Sea el silencio, la voz o la identidad real, la activista requiere solidaridad y acatamiento máximo por parte del mundo. Una llamada que recalca en especial ante los medios de comunicación. “Tenemos que respetar a las supervivientes y a sus decisiones. Como cuando prefieren no compartir su historia ni mostrar su cara públicamente. Eso no significa que tengamos que parar de luchar por la justicia. Si no respetamos esto volveremos a causarles un nuevo trauma, un nuevo daño”.

Reconocimiento del genocidio y el sufrimiento izadí

Murad narró en Madrid “el horror del genocidio del pueblo izadí, una minoría religiosa de etnia kurda asentada en el norte de Irak” y aseguró que “la justicia es la única vía para la reparación”. Por eso aprovechó para pedir al Gobierno español el reconocimiento de dicho espanto. “Sólo once miembros del Estado Islámico han sido juzgados por sus crímenes, menos de los miembros asesinados de mi familia. La única forma de parar los pies a estos grupos y frenar la repetición de atrocidades, es dejarles claro que serán perseguidos”.

Y es que la escritora destacó “que el dolor y los problemas no terminan cuando se acaba una guerra: Sobrevivir al genocidio es sólo el principio. Once años después de aquel horror aun lucho por superar mi trauma. Mi país me quitó a mis seres queridos, mi sueño, mi hogar. Mi vida nunca va a ser la misma por mucho que lo intente”.

Recordar todo esto es un proceso que la sociedad desconoce. “Cuando hay una guerra y un genocidio la gente sufre. Hay distintas fases para curarse y sobrevivir. Al principio, cuando Isis le hizo lo que le hizo a la comunidad izadí, muchas personas fuimos desplazadas, muchas tratamos de rescatar a nuestros seres queridos del cautiverio. Para otra mucha gente era una cuestión de tratar de encontrar un lugar seguro en el que quedarse”.

La justicia como medicina

Una búsqueda que, según esta valiente mujer, solo se cierra de una manera. “Para la mayoría de nosotras la sanación es un proceso que no puede darse sin justicia. Saber que quienes han cometido estos delitos son castigados nos ayuda. Lo veo trabajando con supervivientes. Durante once años lo único que mi familia y yo queríamos era enterrar a nuestros seres queridos, mis hermanos, mis primos, mis sobrinos. He perdido mucha familia. Solamente hemos podido identificar y enterrar a dos hermanos. Poder enterrarles y saber que esos nombres no son solamente números nos ha ayudado. En mi familia únicamente, por ejemplo, mis seis hermanos dejaron a 18 niños y sus mujeres ahora están cuidando de esos 18 niños”.

Aun con todo este trauma Murad se siente privilegiada. “Yo fui una de las que tuvieron suerte, pudo escaparse y encontrar a su familia. Pero incluso después de escapar de ese cautiverio con Isis mi nuevo mundo fue un campo de refugiados, un campo en el que estaba desplazada. Allí tuve que cargar con ese estigma, con esa vergüenza por lo que me había pasado rodeada por miles de personas”.

De aquel campo de concentración recuerda que “había cursos, distintas actividades, pero mi campo era un campo en el que había miles de personas y a veces algunas niñas eran escogidas para ese curso, pero las demás no hacían nada. Durante todo el día estaban sentadas sin más”.

Por eso, por ese ver pasar y vivir la vida desde la nada más absoluta, para esta luchadora no hay nada mejor que hacer lo que los delincuentes misóginos más temen. “Es enfrentarse a una superviviente en un juzgado. Yo viví como una de ellas se enfrentó al autor de los delitos en Alemania. Me dijo que durante su cautiverio la maltrataba, abusaba y pegaba. Pegaba a su hijo también y le hacía de todo. Y ella lloraba y él le daba igual. Pero cuando llegó la hora del juicio y se anunció la sentencia él se desmayó. Entonces ella me dijo: "ahí es donde sentí que había recibido justicia. Viendo a ese hombre que había abusado de mí, que me había violado y que había matado a mi hijo, se desmayó delante de mí. Ese fue el momento más importante para mí". A ese mensaje Murad suma otro. “El de lanzar a grupos como el Isis que los delitos se pagan con un precio muy elevado”.

El Feminismo internacional

La activista izadí también habló de cómo descubrió el feminismo y se agarró a él como tabla de salvación. “El feminismo fue algo nuevo para mí, pero cuando miro hacia atrás, cuando veo lo que mujeres como mi madre hicieron por su comunidad y su familia, entiendo que, aunque no conocían el término, en realidad ya trabajaban por ello. Ellas crearon comunidades y familias”.

Por ello Murad reclamó el feminismo internacional como método de liberación y justicia. “Tenemos que luchar por los derechos de las mujeres del mundo entero. No podemos priorizar un grupo de mujeres frente al resto. Tenemos que saber cuáles son las necesidades de cada una de ellas. Tenemos que entender que lo que está pasando ahora mismo en Afganistán es distinto a lo que está pasando en Gaza, Ucrania, Sudán o Irak. Porque, aunque la raíz es la misma, las mujeres son distintas”.

Ese contexto diverso lo concretó con otro ejemplo. “En España estáis trabajando, entre otras cosas, por un salario igual, pero hay otros lugares donde las mujeres ni siquiera tienen trabajo, no tienen acceso a un sistema de sanidad básico o agua limpia y esa es su prioridad. Si queremos superar estos tiempos difíciles, tenemos que escucharnos las unas a las otras. Yo a vosotras, vosotras a mí. Tenemos que conocer esas diferencias y aun así asegurarnos de que trabajamos para conseguir algo más tangible para un mundo en paz. Porque un solo lado no lo puede resolver todo”.

Mientras esa comunidad y ese sueño se sigue trabajando Nadia Murad reclama el hogar. “Ninguna persona quiere irse de su casa, dejar de lado su cultura y su historia. Yo llevo luchando para reconstruir mi comunidad y mi país mucho tiempo. Deseo tener un futuro allí donde criar a mis hijos igual que mi madre me crio a mí. Quiero que esa región y que todas las comunidades vivan juntas en paz”. 

Un sueño que se siente incapaz de hacer a solas. “Una sola persona no puede hacer realidad lo que quiere. Tenemos que hacerlo en unión, reconociendo a las personas refugiadas como seres humanos completos”.

Además, reconoce no haber tirado la toalla con su centro de estética. “Algún día lo abriré. También me gustaría que se me recordase como recuerdo a mi madre. Ella siempre me enseñó a mí y a mis hermanos que teníamos que asegurarnos de que nadie tenía que sufrir por nuestra culpa, de no hacer daño a nadie. A veces subestimamos esa importancia y queremos un reconocimiento mayor en vez de centrarnos en la gente que nos rodea. Quisiera que mi familia y que la sociedad me recuerde porque nunca le hice daño a nadie. Si todos y todas viviéramos con esa misión de vida, tendríamos una sociedad infinitamente mejor”, finaliza.


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