Ni locas ni dementes, el rescate de la memoria de 500 mujeres rurales internadas en el manicomio gallego de Conxo por rebelarse ante los roles de género

La invisibilidad histórica de las mujeres ha impedido que se conozcan episodios cargados de dolor e impunidad. Rescatarlos del olvido es un acto de justicia y memoria más que necesario. Eso es lo que ha hecho la periodista e historiadora Carmen V. Valiña con un libro en gallego que estremece: As tolas que non o eran (Las locas que no lo eran) de la mano de la Editorial Galaxia.

 

Sus páginas recorren la tristeza y la reclusión de cientos de gallegas que allá por 1885 y hasta 1936 fueron carne de cañón en psiquiátricos como el de Conxo. En aquellos lugares lejos de cuidar su salud mental, las enfermaban aún más a base de reclusión, abusos y silencio social. “En aquel tiempo ser mujer era ser candidata idónea para terminar recluida entre sus muros, a menudo conducidas por sus maridos, padres o hermanos”, explica la autora. ¿El pecado para acabar allí? Ser madres solteras, alcohólicas o jóvenes que mantenían relaciones sexuales fuera del matrimonio”.

 

Nuria Coronado Sopeña

El libro de Valiño nace de su experiencia “como mujer rural” y de su amor por la historiografía. “Hace aproximadamente cinco años descubrí que en el Arquivo de Galicia de la Cidade da Cultura, en Santiago de Compostela, se conservaban los expedientes del Manicomio de Conxo. Me pareció muy potente tener la oportunidad de acceder a las historias de mujeres que nunca importaron, pero que tenían mucho en común con el contexto geográfico y los pueblos y aldeas de Galicia en los que yo me he criado. De alguna forma, intuía, como así fue, que más allá de las narrativas médicas en esos expedientes podría encontrar sus palabras y hasta sus emociones y lograr así devolvernos, de algún modo, parte de las vidas de esas mujeres”. 

En él la escritora nos acerca a las historias de todas ellas dentro del manicomio de Conxo. “Coloco su memoria y sus palabras en el centro a través del análisis de sus historias clínicas reales, pero sobre todo de la correspondencia que escribían y de sus historias familiares. Rastreo relatos de vida para luchar contra la invisibilización a la que fueron sometidas Todas estas mujeres tuvieron un relato de sus vidas que va mucho más allá del que dibujaba el discurso médico de la época”.

La salud mental fue una gran excusa para controlar y desterrar a un perfil de mujeres incómodas. ¿Cuántas vidas se pararon detrás de aquellos muros?

Mi libro abarca desde 1885, año de la fundación del Manicomio de Conxo, hasta 1936. En ese periodo he localizado casi 500 expedientes de mujeres, 500 vidas que se pararon dentro de las paredes del psiquiátrico, en ocasiones durante décadas y hasta la muerte. Había pacientes que sí tenían trastornos mentales claramente diagnosticados en la documentación médica, pero lo grave, y de ahí el título del libro, las locas que no lo eran, es que muchas otras eran simplemente mujeres consideradas rebeldes o subversivas de acuerdo a los roles de género de su época.  Ahí cabía un amplio espectro de perfiles: desde las alcohólicas hasta las madres solteras, pasando por las mujeres que querían vivir lejos de sus familias o las que habían cometido algún tipo de delito, que en ocasiones también eran derivadas desde las cárceles y terminaban en Conxo.

¿Qué derechos humanos les fueron más vulnerados?

No se respetaba su deseo de salir del psiquiátrico o de revisar sus casos para comprobar si efectivamente estas mujeres padecían una enfermedad mental. Conxo recibió durante el periodo estudiado múltiples denuncias por sus condiciones de hacinamiento; algunas de las internas refieren maltratos físicos en su correspondencia, que por cierto a menudo ni siquiera llegaba a enviarse, lo cual prolongaba más su situación de desamparo. Tenemos que pensar que el perfil mayoritario de quienes allí terminaban era el de mujeres rurales procedentes de entornos humildes, a menudo analfabetas y sin posibilidad de defensa legal. Sus familias las encerraban y en última instancia eran quienes decidían, en colaboración con los médicos, si podían o no salir del psiquiátrico. Todo ello conformaba un marco de absoluta desprotección y violación de sus derechos humanos más elementales.

Los diagnósticos psiquiátricos que recibían eran de todo menos médicos

Debido a la situación de hacinamiento de Conxo, que los propios médicos y trabajadores denunciaron en documentos como el Informe Lafora, no existía una personalización en los tratamientos. La documentación muestra casos de mujeres que durante décadas no registran ningún tipo de anotación en sus expedientes, una prueba de que el seguimiento de sus casos era nulo. También llama la atención que las historias clínicas reflejen en muchos casos motivos de índole moral para "justificar" el encierro de estas mujeres: por descuidar a sus hijos e hijas, por tener tendencia a fugarse de sus casas... 

Las que denominaban “dementes” ¿podían cuidarse de alguna manera entre ellas o tampoco se les permitía? 

Aquellas mujeres, a pesar de su situación de vulnerabilidad constante, eran enormemente fuertes y valientes: tuvieron la capacidad de seguir contando sus historias, aunque fuese en su inmensa mayoría analfabetas, encontrando a otras personas que escribiesen por ellas. Protestaron cuando lo creyeron necesario y hasta siguieron pidiendo algunos caprichos, como los bistecs y vino de Ribeiro que solicitaba María, una de las mujeres, en una de sus cartas. En la documentación también encontramos ejemplos de sororidad, en las mujeres que parían tras los muros del manicomio y eran ayudadas por sus compañeras en los primeros días de crianza, pero también en el exterior, en las vecinas que seguían informando a estas "locas" de lo que pasaba fuera, manteniendo así el vínculo con el pueblo o la aldea de donde habían sido arrancadas.

No te olvidas tampoco de cómo sufrieron abusos sexuales o maltrato machista

La violencia física y la específicamente sexual están presentes en varios expedientes. De hecho, centran el capítulo "Cuando una violación era un susto", que recibe ese nombre porque justamente así, "susto", es como se denomina a la agresión sexual que sufrió su protagonista, María, mientras caminaba en compañía de otra joven que murió a consecuencia de ese ataque. La violencia de género la tenemos presente en casos como el de Consuelo, una mujer de 35 años que cuenta al médico de Conxo que su marido era el causante de sus males, pues dice de él que "nunca la trata bien y que en ocasiones la golpeó". 

A veces, la violencia se describe de una manera incluso más explícita: Amparo C. contesta, cuando en el cuestionario de ingreso se le pregunta si tuvo alguna contrariedad en la vida, que su marido "le dio una bofetada y se le puso un ojo morado", que solo curó con paños de vinagre. Este tipo de testimonios ponen de manifiesto que la violencia contra las mujeres no solo estaba muy presente en sus vidas, sino que se normalizaba y no era considerada una posible causa de la enfermedad mental que padecían.

En una España como la que retratas ¿cómo vivían las familias de todas ellas su reclusión? ¿Era un estigma o un alivio?

Las familias, particularmente sus miembros varones, eran quienes encerraban a la inmensa mayoría de estas internas. Dado que muchas de ellas no padecían ningún tipo de trastorno mental, recluirlas en un manicomio era un alivio, puesto que sus comportamientos resultaban reprobables a nivel social en un contexto en el que ser madre soltera o mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio era visto como algo contrario a los valores considerados aceptables para una mujer de la época.

En otros casos eran recluidas por motivos puramente económicos, como sucedía con las mujeres solteras sin hijos cuyos hermanos o cuñados no quieren encargarse de ellas una vez que los padres fallecen o en las disputas por cuestiones de herencia. Las familias eran quienes en última instancia decidían sobre el futuro de estas mujeres, incluso por encima del criterio de los médicos. En todo caso, y dado que Conxo era un psiquiátrico que acogía en su mayoría a personas procedentes de la beneficencia, las familias con más recursos no acostumbraban a llevar a ahí a sus mujeres, sino a clínicas privadas donde podían ser recluidas de una manera más anónima. La locura, por supuesto, también entiende de clases.

¿Qué nos dirían hoy Amalía, María o Elena a las mujeres que somos?

Nos dirían que no debemos olvidarnos de rastrear la memoria de las vencidas, de buscar en las cunetas de la historia y escuchar sus relatos. Nos dirían que nosotras podríamos haber sido ellas, de haber nacido en otro tiempo. Muchas cosas me han conmovido de las mujeres que habitan este libro: la subversión que Amalia mantuvo hasta el final, cuando su familia la obligó a volver a Galicia desde Cuba, fumando cigarrillos rubios en el vapor Habana que la traía de vuelta a casa; el amor y la ternura de María en la carta que envía a su hija desde el infierno del manicomio; la mirada sin esperanza de Elena observándonos a través de la foto de carnet de su expediente, tantos años después de haber entrado en Conxo, perdida su juventud y su alegría. De todas ellas me asombra su resistencia y su capacidad para seguir gritando, tantos años después, que la historia no siempre es como nos la cuentan, y que debemos escucharlas para que no caigan en el olvido. 

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