“Para las mujeres entrenar la defensa personal no es solo una forma de protegerse, sino una manera de conocerse y de ocupar espacio en la vida”

María Cabas Gómez, reconocidísima deportista internacional de alto nivel, aprendió demasiado pronto a rechazarse, huir de sí misma y pasar desapercibida. “En mi infancia sufrí bullying y durante mucho tiempo aprendí a esconderme. Me ocultaba intentando no hablar, no destacar, porque sentía que si me pronunciaba iba a llegar la burla o al rechazo. Durante años no me aceptaba. No me gustaba mi cuerpo, me sentía pequeña, menos que cualquiera”.

Sin embargo, esta profesora de defensa personal que vive en Rivas (Madrid), se atrevió a salir de su propio escondite siguiendo la máxima de Rigoberta Menchú, embajadora de buena voluntad de la UNESCO y Premio Nobel de la Paz en 1992, quien decía que “el mundo no va a cambiar a menos que queramos cambiar nosotras”. Hoy no solo es una doctora honoris causa en superar el síndrome de la impostora, en mostrarse tal cual es (en Instagram la siguen 600.000 almas y en TikTok más de 700.000), sino que se dedica a “enseñar en las redes sociales a otras mujeres a defenderse, a ocupar espacio”. Y es que Cabas si algo es ahora es su mejor versión. “He logrado que las mujeres conviertan la defensa personal en un acto de poder, no de resignación”.

Nuria Coronado Sopeña

Una metamorfosis que ha necesitado de muchas tiritas emocionales y una posología a largo plazo. “Dejar atrás aquella niña no ha sido un proceso ni rápido, ni sencillo”. Le ha implicado hacer un duro y difícil ejercicio que hoy le sabe a gloria bendita. “Tuve que reconciliarme con mi historia, mirar hacia dentro y decidir que no iba a vivir una vida en silencio por culpa del pasado”. Por eso, ahora que ella es una gran referente, le entra un escalofrío por el cuerpo y el alma se le expande, cuando alguna mujer le dice que la inspira “a ser más fuerte o más valiente, siento que aquella niña que se escondía estaría orgullosa de sí misma”.

Tuviste que buscar la manera de defenderte de ese bulling con la autodefensa ¿Cómo empezaste a entrenar y quién te tocó especialmente el corazón para que descubrieras el potencial que tenías en ti y seguir ese camino?

Empecé judo con siete años, pero en ese momento no lo veía como una forma de defenderme. Para mí era más un refugio, un lugar seguro. Allí no tenía miedo. Nadie me juzgaba, y podía ser yo sin sentirme fuera de lugar. Aunque no lo supiera entonces, ese tatami fue el primer espacio donde empecé a construirme. Durante mucho tiempo no me consideré especialmente buena. Y mucho menos me veía capaz de enseñar. Siempre estaba comparándome, convivía con ese síndrome de la impostora que tantas mujeres conocemos. No fue hasta bastante más tarde que empecé a ver que, quizá, yo también tenía algo valioso que ofrecer. Que podía ayudar a otras mujeres a sentirse fuertes, como poco a poco me estaba sintiendo yo.

Y si pienso en alguien que me tocó especialmente, fue mi primera profesora de judo Esther. Hasta entonces solo había tenido hombres como referentes, y verla a ella, simplemente ahí, siendo la profe, me hizo pensar que yo también podía. A veces solo necesitas ver a alguien hacerlo para empezar a creértelo tú también. Por eso para mí hoy tiene tanto sentido intentar buscar referentes y ser una buena referente para otras.

Si hoy te llamaran como lo hacían en tu infancia “marimacho”, ¿qué contestarías?

Creo que ya no contestaría. No porque no duela, sino porque he aprendido a que no todo merece una respuesta. Esa palabra me dolió mucho de niña, sobre todo cuando se repetía, la repetición constante deja marca. Hoy, cuando alguien la dice, no voy a negar que a veces me toca. Porque hay una parte de mí que recuerda cómo dolía no encajar, no ser “suficientemente” lo que se esperaba. Pero también he trabajado mucho esa parte, y ahora tengo claro que no necesito encajar en lo que otros esperan de mí. Mostrarme como soy implica exposición. Y eso trae juicios. Pero yo ya no vivo para gustar. Así que si me llaman “marimacho” intento pensar que es por lo fuerte que estoy y le doy toque de humor.

¿Cómo podemos hacerle un placaje a la sociedad que nos educa a las mujeres a autodefendernos en lugar de enseñar a los hombres a no agredirnos?

Está claro que lo ideal sería no tener que hablar de autodefensa. Que la raíz del problema está en una educación que debería poner el foco en enseñar a no agredir, no solo en cómo protegerse. Pero mientras eso no ocurra, lo cual no tiene pinta de que vaya a cambiar ya, necesitamos herramientas. Yo intento que la autodefensa no se viva desde el miedo, sino desde el poder. No como una respuesta a la amenaza, sino como un reencuentro con nuestras capacidades.

Muchas mujeres crecen pensando que son débiles, torpes, que no podrían defenderse nunca. Y cuando empiezan a entrenar se dan cuenta de todo lo contrario. Descubren su fuerza, su agilidad, su intuición, su rabia bien canalizada. Eso es lo que más me mueve. Que entrenar autodefensa o defensa personal no sea solo una forma de protegerse, sino una manera de conocerse, de ocupar espacio, de recuperar el cuerpo como territorio propio. Convertir la defensa personal en un acto de poder, no de resignación.

¿Cuántas mujeres normalizan y conviven con el miedo?

Si me hubieses hecho esta pregunta hace diez años habría dicho que solo algunas. Pero ahora, no sé si es porque estoy muy metida en este mundo, pero me doy cuenta de que es muchísimo más común de lo que pensaba. Y lo más preocupante no es solo el miedo en sí, sino que se haya normalizado. A veces hago cosas tan simples como salir a correr sola o pasear por el campo y hay mujeres que me dicen: “¡Estás loca! ¿cómo haces eso?”. O salgo de noche y me preguntan si no tengo miedo. Y me doy cuenta de que muchas ni se lo plantean, porque han interiorizado que el miedo es parte de ser mujer. Que hay espacios, horarios que no son para mujeres solas.

Me remueve bastante que nos acostumbremos a tener miedo. Por eso hago lo que hago. Para que no tengamos que seguir viviendo con esa alerta constante. Para que tengamos herramientas, sí, pero sobre todo para que no asumamos que tener miedo es lo normal. Porque no lo es. Y no debería serlo.

En tu libro “Empodérate” explicas que cuando se sufre una agresión, la respuesta de nuestro cuerpo es el bloqueo. ¿La primera estrategia para vencerlo es psicológica o física?

Es una mezcla. El bloqueo aparece cuando no sabemos cómo gestionar lo que está pasando. Porque no lo esperábamos, porque nos supera o simplemente porque nunca lo habíamos vivido antes. Y en ese momento el cuerpo y la mente se paralizan. Por eso entrenamos. Porque cuando el cuerpo ha repetido ciertos movimientos, cuando ya los tiene integrados, es más fácil que reaccione sin que la mente lo frene. Pero si a nivel psicológico no me siento capaz, si sigo creyendo que no puedo, es muy difícil que el cuerpo actúe con seguridad. Entonces una cosa alimenta a la otra: el cuerpo entrena y gana confianza, y la cabeza empieza a creérselo.

De hecho, muchas chicas que se han sentido bloqueadas en el pasado, al entrenar conmigo han vivido una especie de reparación. No solo aprenden técnicas: reconstruyen esa imagen de sí mismas. Descubren que sí habrían podido responder. Que sí tienen fuerza. Y eso, a nivel emocional, sana muchas heridas. El cuerpo, cuando se entrena desde el poder, también cura la mente.

¿Cómo entran y cómo salen las mujeres y niñas a las que ayudas tras una clase contigo?

La mayoría entra con cara de “no sé muy bien qué hago aquí” o “no creo que pueda hacer lo que hace esta chica en los vídeos”. A veces vienen con cierta desconfianza o con miedo a no estar a la altura. Por eso el primer ejercicio siempre es un juego, algo para romper el hielo. Y ahí ya empieza el cambio. En cuanto empiezan a ver que las técnicas tienen lógica, que sí pueden, se les ilumina la cara. No porque sea fácil, sino porque se dan cuenta de que su cuerpo es capaz, y que no necesitan fuerza bruta, sino estrategia. Ese momento en el que descubren su potencia me encanta. Te diría que hasta cambia su postura corporal. Se enderezan, caminan distinto. Literalmente salen más altas.

De hecho, a veces les tengo que recordar que no vayan por la calle buscando pelea —esto lo digo de broma, pero el subidón es real—. Y lo más bonito es que ese cambio no se queda solo en lo físico: muchas luego me escriben para contarme cómo han puesto límites en el trabajo, en casa, o en una conversación incómoda. La autodefensa va mucho más allá de un golpe o una llave. No tiene nada que ver con la violencia.

¿Hemos superado que el deporte es igual de válido para mujeres que para hombres o todavía crees y sientes que se nos veta y se nos etiqueta en deportes que no son para nosotras?

Creo que se ha avanzado muchísimo, pero todavía no hay una igualdad real. Y no hablo solo de leyes o de acceso, sino de lo que vivimos muchas mujeres en el día a día, sobre todo en ciertos deportes. A veces no se nos toma en serio, o se nos coloca automáticamente en una casilla distinta. Solo hay que ver el número de participantes, la visibilidad o el apoyo en competiciones: en muchos deportes la diferencia sigue siendo abismal. Por suerte, cada vez hay más referentes femeninas y eso ayuda. Pero aún falta romper muchos estereotipos, sobre todo en disciplinas que históricamente se han visto como “de chicos”. Yo, que trabajo también con niñas y niños, intento mostrarles desde pequeños que no hay deportes “para ellas” o “para ellos”. Hay deporte, punto. Y que vean mujeres fuertes, hábiles, valientes, en todos los ámbitos. Creo que vamos por buen camino, pero todavía queda trabajo por hacer.

¿Qué opinas de los hombres que se autoidentifican mujeres y compiten en nuestra categoría?

Es un tema complejo y creo que es importante poder hablarlo sin miedo, pero con respeto. Desde mi experiencia como deportista y como mujer que ha entrenado toda su vida, no me parecería justo tener que competir contra alguien que ha nacido con una ventaja física estructural muy clara. Por mucho que la ley diga que ahora puede estar en mi categoría, mi cuerpo no ha tenido las mismas condiciones de base, ni en fuerza, ni en masa muscular, ni en desarrollo óseo.

No lo digo desde el odio ni desde el rechazo a nadie. Lo digo desde el deseo de que las mujeres podamos seguir teniendo un espacio deportivo propio, donde competir en igualdad de condiciones. Yo no tengo una solución perfecta pero sí tengo claro que borrar las categorías femeninas no es el camino. Y que, si queremos hablar de igualdad, tenemos que poder hablar también de los límites físicos, sin que eso se convierta en un tabú.

¿Qué sueño te gustaría cumplir?

Uno que tengo desde hace bastante tiempo y es el de organizar un macro evento de defensa personal para mujeres. Algo parecido a la Carrera de la Mujer, pero centrado en el poder que tenemos cuando aprendemos a defendernos. Me lo imagino como una gran clase al aire libre, con cientos —ojalá miles— de mujeres entrenando juntas, no desde el miedo, sino desde la fuerza, la risa, la música y la conexión. Como esas clases masivas de zumba donde todo el mundo baila sin vergüenza, pero en este caso aprendiendo golpes, técnicas reales y sintiéndose imparables. Que sea una fiesta, pero una fiesta de poder. Y que, al terminar, todas se vayan con la sensación de: “yo también puedo”. Ese sería mi gran sueño.

 

 

 

Comentarios

Entradas populares