"Mis cicatrices son parte de mi historia, 
pero no de mi destino"

Carmen Sánchez, superviviente de violencia machista tiene una fecha clavada en el alma: la del 20 de febrero de 2014. Aquel día a las 08.05 de la mañana fue agredida brutalmente por su ex pareja. Efrén García Ramírez intentó asesinarla arrojándola ácido por todo su cuerpo. Un año antes había intentado acabar con su vida con un pica hielos. “Me lo enterró dos veces en el estómago, una en el brazo y una en el dedo”, recuerda.

Tras un calvario de diez años de malos tratos encontró las fuerzas para dejarle. Fue entonces cuando él se presentó en casa de su madre para pedirla “una nueva oportunidad”. Ante su negativa la amenazó con frases de libro de maltratador: "Si no vas a estar conmigo jamás volverás a estar con nadie más!" "¡Muérete!" "¡Te lo advertí!". A continuación, le lanzó el ácido. “Me quemó en más del 40% de mi rostro y cuerpo. Es una hora, un día y un año que nunca voy a olvidar porque las secuelas que deja la violencia machista son imborrables. No solo las de afuera, también las de adentro. Él me quemó una parte de la piel pero el 100% de mi autoestima. Las más profundas e irreparables son las cicatrices emocionales. Quisiera llegar a un punto donde solo me que quede con las de afuera. Pero no me rindo. Todos los días he luchado y seguiré luchando por ser esa mujer que soñé de niña. Nadie podrá arrebatarme ese triunfo", explica.

Nuria Coronado Sopeña

Pero Carmen Sánchez, además de la violencia de su maltratador, ha tenido que vivir la institucional. Y es que, hasta una década después de la fatídica fecha, la justicia no hizo su trabajo. Su maltratador fue sentenciado a 46 años y 8 meses por feminicidio en grado de tentativa. Una sentencia pionera no solo en México, sino también en América Latina. Hoy ella es un símbolo en su país de una lucha en primera persona al mismo tiempo que para todas las mujeres que han pasado su misma tortura. Tras un trabajo personal ingente, ha recuperado la sonrisa y creado su propia fundación.  

Carmen se salvó, pero tuvo que estar ocho meses hospitalizada sin poder salir ni ver sus hijas porque su estado de salud era crítico. Desde entonces ha tenido que pasar por el quirófano en 67 ocasiones. "Me han tenido que hacer cirugías reconstructivas, innumerables tratamientos dermatológicos, terapias psicológicas y de rehabilitación física, terapias psiquiátricas y fármacos que me van a acompañar el resto de mi vida", asegura. Mientras su familia trataba de salvarla la vida -y dando gracias porque ese día sus hijas por aquel entonces de 8 y 11 años estaban en el colegio- Efrén García Ramírez, salió huyendo. La policía mexicana no le detuvo. Estuvo siete años en libertad. 

Presa de las cicatrices

Con mucho trabajo personal y físico Carmen está logrando salir de la cárcel "de las cicatrices que la violencia machista dejó en mi cuerpo y en mi alma". Porque esas heridas "fueron profundas y durante años me sentí presa de ellas". Tanto que pensó que nunca podría sanar ni superarlo. Que esas marcas la definirían "para siempre".

Pero con cada paso, "con cada lágrima derramada comencé a transformar el dolor en esperanza. Hoy miro esas cicatrices con más amor, porque son testigos de mi resiliencia. Son parte de mi historia, pero no de mi destino. Cada día me siento con más libertad, más fortaleza y esperanza para vivir mi vida y decidir qué quiero hacer con ella y que nadie más vuelve a decidir por mi. Estoy aprendiendo a sanar desde adentro y abrazar mi propia historia. Paso a pasito, a mi propio ritmo y con amor. Siempre con amor", recalca.

El ataque con ácido fue la culminación de un maltrato previo de años…

Así es. El ataque con ácido, al que he sobrevivido, fue la culminación a un montón de violencias que yo ya había experimentado. Y es que, a lo largo de mi vida, no solo la relación que tuve con Efrén, el hombre que intentó asesinarme, y con quien tuve una relación de 10 años, fue la única. La violencia la vivía desde que era pequeña, desde la escuela, en el contexto social, en mi ámbito familiar, en todos los lugares en donde yo estaba se vivía violencia. Por eso es que también la violencia estaba normalizada y romantizada en mi vida y en la relación que yo tuve con este hombre. 

No fue un hombre desconocido que llegó a arrojarme ácido. No fue un hombre loco con el que yo vivía. Es un hombre machista que sabía que podía hacerme lo que él quisiera y violentarme de la manera que él quisiera. Porque las autoridades lo estaban protegiendo. 

El ataque con ácido del que yo sobreviví es muestra también de la falta de interés de las instituciones al no detenerlo desde que yo llegué a denunciar las primeras veces. Jamás hicieron nada. Nunca le dieron interés porque no llegaba golpeada. Los policías me decían que yo tenía que llegar golpeada, de esta manera lo podía ir a denunciar, si no llevaba golpes, ¿cómo lo iba a denunciar? ¿cómo iban a ir a detenerlo? Ellos no solo me revictimizaban. También me hacían sentirme responsable de lo que estaba viviendo pues me decían que, si yo denunciaba, en algún momento mis hijas me lo iban a reprobar.

Esa violencia máxima era extensible a la violencia vicaria hacía tus hijas.

Yo me di cuenta de la violencia que él estaba haciendo sobre mí, sobre esta familia que yo estaba intentando formar. Sin embargo, cada vez que intentaba denunciar, pues yo regresaba nuevamente con miedo, y sin la manera de poder irme a ningún lugar, las instituciones nos llamaban solo para conciliar. A Efrén lo notificaban rapidísimo. Yo iba y denunciaba y cuando regresaba ya estaba notificado. Entonces, ¿de qué manera me iba a proteger yo y mis hijas si cada vez que denunciaba me regresaban y yo regresaba a ese mismo espacio, a ese mismo espacio violento, sin que nadie le pusiera un alto de frente? Él siempre me amenazaba, me decía que, si yo intentaba dejarlo, mi cuerpo lo iba a hacer en pedacitos. Me decía que mi cabeza se la iba a mandar a mi mamá y mi cuerpo se lo iba a dar a los perros.

Era una violencia psicológica terrible. Yo me llenaba de miedo. No tenía más que seguir quedándome ahí al sentir que las instituciones no me estaban protegiendo, pues no había manera de salir. Efrén conocía a toda mi familia, sabía exactamente dónde vivía mi mamá, dónde vivían mis hermanas. Fue un hombre que en algún momento dijo amarme y protegerme, a quien yo le brindé mi confianza. Ninguna mujer nos emparejamos pensando que ese hombre en algún momento nos va a hacer daño. No estamos preparadas y no tendríamos por qué estar preparadas para estar en defensa de la persona con la que creemos que vamos a compartir una larga vida.

¿Cómo intentaste protegerlas?

Cuando Efrén se da cuenta que ya no había vuelta atrás, que yo ya había decidido separarme de él para proteger efectivamente no solo mi vida, sino también la vida de mis hijas, empezó a quitármelas, a escondérmelas. Y es que hace once años nadie hablaba de la violencia vicaria. Yo fui y la denuncié incluso cuando me quitó a mi hija en diferentes ocasiones y me la escondió y me decían que él tenía derecho porque era su papá. Que no estaba incurriendo en absolutamente nada.

Es la primera vez que comparto que fui a rescatar a mi hija, junto con mis hermanas y mis cuñados, en la cajuela del taxi, porque Efrén era taxista. Tenía a la niña atrás en la cajuela, traía un garrafón de gasolina y el carro olía muchísimo a gasolina. La niña llevaba más de tres horas allí y él supuestamente estaba trabajando. En ese momento mi familia le habló a la policía de la Ciudad de México y no le hicieron absolutamente nada. Lo dejaron libre.

Dijeron que estaba pasando por un momento de depresión, por un momento en el que la mujer lo había abandonado -en este caso yo- que estaba desesperado y que él no quería hacerle ningún daño a la niña. Yo sabía que me quería matar, que quería acabar conmigo, que quería acabar con mis hijas. No sabía de qué manera lo quería hacer, no sabía qué día lo iba a hacer, pero lo sabía. Y las instituciones no me creían, porque no solo denuncié en la Ciudad de México. Cuando intento nuevamente esconderme de Efrén, que fue más o menos a finales del 2013, me fui a refugiar a la casa de mi madre con mis hijas.

¿Allí creíste estar a salvo?

Creí que en la casa de mi mamá no iba a llegar su violencia. Dije, ¡no se va a atrever a ir y hacerme un daño más grande del que ya me ha hecho! ¡Y pues, no! Llegó hasta allá. Durante tres meses me estuvo amenazando. Él y otra persona. Yo recibía llamadas en la madrugada en el que me decían que me iban a matar, que me tenían una sorpresa, que no sabía ni por dónde me iban a llegar, que me cuidara... Como ya me había apuñalado, como ya había intentado aventarme de una barranca, ya me había quitado a mi hija en diferentes ocasiones, ya me había hecho varias cosas, yo decía, pues ¿de qué manera le falta? ¿Cuál va a ser la manera?

Yo siempre le decía a mi mamá que me mataría un día. Y yo me imaginaba que a lo mejor iba a llevar una pistola y me iba a disparar. Me imaginaba mi muerte de diferentes maneras, pero jamás, jamás imaginé que sería torturándome con ácido. Nunca imaginé esto. Unos días antes me dijo que me tenía una sorpresa y que cada una de las lágrimas que él había derramado se las iba a apagar. Que no sabía por dónde me iba a llegar la sorpresa que me dio.

¡Qué tortura para ti tener estar pensando en cómo lo haría!

Así es. Desde hace diez años Efrén estaba contemplando y planeando de qué manera acabar conmigo. Con una mujer que lo único que hizo fue confiar en él y amarlo. Porque no hice otra cosa más que tratar de quererlo y tener una familia con él. Cuando me di cuenta de toda la maldad que había frente a mí, de toda esa violencia que estaba ejerciendo contra mí, contra mis hijas, pues fue que decidí alejarme de él. Nunca pensé, nunca entró por mi mente hacerle un daño cruel como el que él nos ha hecho. Y sus palabras las cumplió, su amenaza la cumplió de una manera horrenda.

No es sólo cómo lo hace, sino también las consecuencias que tiene ese método de tortura que utilizó contra ti, como es el ácido.

Efrén tuvo la oportunidad de arrojarme en tres ocasiones ácido. La primera vez que me arrojó el primer chorro de ácido me cayó en toda la parte de la frente, en toda la parte del cabello. Yo perdí muchos mechones de cabello. Y después, la segunda vez fue en toda la parte de la cara, de todo el cachete derecho. En ese momento yo levanto la cara y le pregunto qué me había echado. Me dijo: ¡te dije que te iba a matar! Y me arrojó todo el ácido en el cuello. En ese momento perdí completamente la mitad de mi rostro. No recuerdo qué cantidad de ácido llevaba pero sí sé que fue la suficiente para dañar mi piel, para arrebatarme mis sueños, para arrebatarme mis ilusiones, las ganas que yo tenía de ser una mujer libre al lado de mis hijas. Esas ganas que tenía de terminar mi preparatoria, de iniciar la licenciatura, todos esos sueños que yo ya había planeado con mis hijas, Efrén y el ácido me lo arrebataron. Me mandó ocho meses a un hospital, alejada de mis hijas, castigada ese tiempo porque así me hicieron sentir. Yo me sentía presa dentro de mis propias cicatrices. Llegó el momento en el que creí que jamás iba a volver a ver la luz de un nuevo día, la luz de un nuevo amanecer. Para mí todo era completamente oscuro, no había manera de que yo pudiera ver nada de otro color.

Incluso llegaste a pensar que no merecía la pena vivir…

Cuando me vi por primera vez al espejo fue el momento en el que creí que ¿para qué vivir así? Lo primero que vi fue a una mujer deshecha y llena de costuras. En ese momento me vi como un monstruo. Se me cayeron varios mechones de pelo. No tenía cara, mis párpados quedaron desechos completamente, mi nariz quedó completamente deshecha, mi cara, mi boca, perdí el cuello totalmente y en ese momento que me vi por primera vez al espejo fue un momento muy fuerte para mí, el darme cuenta que ya no era la misma Carmen y que nunca más iba a volver a ser la misma. Le pedí en diferentes ocasiones a los cirujanos que me dejaran morir, que para qué vivir así.

No imaginé cuánta fortaleza y de cuánta resiliencia me iba a llenar después al verme en ese espejo. Ese espejo, así como fue una herramienta que me tiró durante muchos días porque yo lloré mucho al verme, fue el que me recordaba de dónde estaba saliendo y a dónde tenía que ir. Lo convertí en una batalla de vida. Una batalla de lucha que me recordaba todos los recuerdos que yo había tenido. Me proyectaba todo lo que yo tenía frente a mí. Y que era porqué un hombre había decidido hacerme esto. Entonces empecé a verme constantemente, a mentalizarme y a aceptar poco a poco que tenía que vivir. Que esas cicatrices no iban a ser lo que me iban a definir.

Y empieza otro proceso. El de pasar de víctima a activista.

Así es. Tuve que pasar de víctima activista para defender mi propia historia. Para defender mi propia lucha y primero que nada para nombrar la violencia ácida en mi país. Porque como dice la doctora Marcela Lagarde "lo que no se nombra no existe". Y esta violencia no era reconocida por las instituciones ni por la sociedad. Era tan minimizada que la dejaban como en lesiones simples, en violencia física o violencia familiar. Y no quiero minimizar esas violencias, pero estarás de acuerdo que los ataques con ácido tienen que ser investigados y sancionados de manera diferenciada a estos otros tipos de violencia. Entonces me tocó nombrar los ataques con ácido en mi país. Y no solo nombrarlos, sino pararme frente a medios de comunicación y mostrar el grado o la magnitud de daño físico y emocional que esta violencia nos está dejando a las mujeres mexicanas que estamos sobreviviendo a ella.

Así creas la fundación que lleva tu nombre…

 
Nosotras no solo necesitamos cirugías reconstructivas funcionales, sino también terapia. Todo esto que debería de brindarnos el sector de salud público no lo tenemos. Entonces a las mujeres que sobrevivimos a este tipo de violencia tan atroz, nos toca buscar y tocar puertas en el sector de salud privado para que seamos atendidas. Salimos, defendemos y buscamos que sean reconocidos estos derechos en las agendas políticas. Por eso tuve que fundar una fundación que es la primera de México y de América Latina que acompaña a mujeres sobrevivientes de ataques con ácido. En ella está también la maestra feminista Jimena Reyes Canseco, que es quien ha hecho toda la investigación sobre las sobrevivientes de ataques con ácido mexicanas. Sin embargo, no ha habido ni hay ningún interés político ni económico en unirse a esta causa tan dolorosa.


Quienes si han estado son las feministas…

Efectivamente durante años caminé un proceso sola. Sin las instituciones, pero siempre de la mano de muchas mujeres que hoy siguen conmigo y otras que se han ido, pero que las recuerdo con mucho amor y a las que voy a tener siempre en mi corazón pues han dejado mucha experiencia dentro de mí.

Y así es como llegas también a “arrancarle un pedazo de justicia” al Estado mexicano.

Logramos arrancarle un pedazo de justicia al Estado el 11 de mayo del 2023. Esta es la primera sentencia en México y América Latina que castiga un ataque con ácido como tentativa de feminicidio. Esto, aunque no es totalmente acceder a la justicia, para mí sí es reparador. Es un reconocimiento, un logro que hemos logrado las feministas, las defensoras de los derechos. Es un acto de justicia, no solo para mí, sino para todas las mujeres que hemos sido atacadas con ácido. 

Estos servidores públicos que en algún momento me dijeron que no lo iba a lograr, que para tipificar un delito en el Código Penal se necesitaba ser una mujer reconocida, se necesitaba tener dinero, cosas más que yo no las tenía... hoy puedo mirarles a la cara y decirles que sus palabras me hicieron seguir luchando, me hicieron seguir adelante. Y para las mujeres que están en espera de justicia quiero decirles que siempre vale la pena luchar. Que efectivamente la justicia debería de ser pronta y expedita. En mi caso tardó 10 años en llegar esta sentencia. Sin embargo, estoy segura que es una puerta a la esperanza para muchas mujeres. Que nunca nadie nos diga que no vale la pena luchar, porque aquí estoy yo. Aquí estoy yo, que todavía tengo muchas cirugías por delante. No sé cuándo vaya a parar esto, pero estoy preparada también para continuar.

¿Quién es hoy Carmen Sánchez?

 
Soy una mujer con muchísima esperanza. Una mujer que logró pasar todo ese dolor y convertirlo en esperanza, en luz y en muchísima fortaleza. Hoy puedo decir que después de la violencia podemos reconstruir nuestra vida, podemos arrebatar nuestros sueños, podemos llevarlos a cabo. Me siento muy bonita a pesar de todas las cirugías que llevo.

*Esta entrevista es solo un extracto. Puedes verla completa en: www.youtube.com/live/K8uwrxYFP4s

 

 

 

 

Comentarios

Entradas populares