“El sistema prostitucional beneficia económicamente a proxenetas y sexualmente a puteros para ejercer el poder y sus malas costumbres sobre mujeres y niñas necesitadas”
La infancia es una patria que desgraciadamente no habitan millones de menores en todo el mundo. Y cuando en ese territorio, en lugar de amor y comprensión, hay maltrato, desprecio y una familia proxeneta, se tira hacía adelante como se puede. Lo sabe bien Kamila Ferreira, superviviente de la prostitución. “En lugar de muñecas, tuve pollas. En lugar de globos, condones. En lugar de tartas, tortas”.
Ahora, tras tres décadas de dolor infinito en eso que muchas y muchos llaman cínicamente “un trabajo como otro cualquiera”, se ha atrevido a mirarse en el espejo del alma para reconstruirse y quitarse “parte del peso cargado en la vida”. Y es que, aunque ya ha salido de la tortura física de la explotación sexual, sobrevive al pasado que la sigue volviendo a buscar cada día.
Nuria Coronado Sopeña
Por eso, en el proceso de curación personal ha ejercido el necesario y liberador ejercicio de escribirse y nombrarse. Ella, dueña y señora de la palabra y la vida que le quitaron ahora es la voz incesante en “España, la Tailandia europea. Las cloacas de la prostitución”, un libro que supura martirio, pero también denuncia y esperanza.
En
su redacción reconoce que no ha podido contarlo todo “para preservar su propia
seguridad y porque la sociedad española, la
Europa rica, no está preparada para saber la verdad”. Aun así, nos “regala la
verdad de lo que pasa entre los bastidores del sistema prostitucional, le duela
a quien le duela”.
La historia de una cruel tela de araña
Su primer libro no es solo su biografía. “También es la de todas niñas y mujeres que acaban siendo atrapadas en esa tela de araña”. Una trampa que en su caso empezó “en una favela en Brasil con una familia hundida en la pobreza extrema, en un ambiente lleno de problemas sociales y vacío de servicios básicos para una vida digna”.
Allí la autora se crio en medio de toda clase de violencia, abusos y sin amor. “No he conocido por parte de mi familia ni un gesto de cariño. De tener que limpiar pollas con la boca para vivir, de tener que sonreír cuando lo que tienes es ganas de llorar; de tener que estar desmayada encima de una cama por el cansancio de estar siendo follada por el décimo quinto hombre; de tener que pelear por el pan de cada día con otras compañeras en la misma situación que tú; de ser violada por tu hermano, por tu padre ya no puedes ser tan buena”.
Por eso escucharla decir que “cuando no eres importante para tu familia daba igual que en sus bragas hubiera semen o sangre” o que la preocupación de quien debía protegerla y quererla “era el cuidado de la casa, no yo”, duele mucho. “Si hubiera tenido otra infancia, una familia que me quisiera, mi vida habría sido distinta. No habría normalizado lo que no es normal”.
Esta brasileña, a la que no le van los paños calientes, ha tenido en la fe y en su hija, las herramientas para salir del infierno y denunciarlo allá donde haga falta. “No soy religiosa, pero soy cristiana. Durante estos treinta años tenía fe que algún día, no sabía cómo, iba a salir de ahí. La fe y el amor de madre han sido el motor de mi vida para salvarme”.
Pero la Kamila de hoy, la que fue educada e instruida de las cloacas del sistema prostitucional, también da gracias a sus otras dos tablas de salvación. “La mierda de la prostitución que corre por mis venas se va purgando a golpe de feminismo y de terapia de rehabilitación porque cada vivencia es una pequeña partícula de los treinta años explotada en el sistema prostitucional”. Hoy Kamila Ferreira tiene el privilegio de saberse sobreviviente.
Una niña indefensa
Kamila pasó la mayor parte de su infancia siendo una niña invisible. “Me apodaban «Negrita», y para lo único que servía era para mantener limpia la casa de mis abuelos y de tres de mis tías, mientras mi pequeña hermana tenía la obligación de limpiar la casa de tres tías más. Mi tía era una mujer adulta y yo tan solo una niña indefensa. Mi abuela me propinaba brutales palizas; el dolor de los golpes era tan insoportable que terminaba en el suelo gritando de forma desesperada. A veces tomaba mi cabeza y la golpeaba contra la pared (los pensamientos suicidas abundaban en mi mente cada vez que esto pasaba), o tomaba la correa de cuero más ancha de mi abuelo y marcaba mi cuerpo con quemaduras a través de múltiples correazos. Sentía la necesidad de volverme adulta rápidamente, para salir del calvario que estaba viviendo y pasar página”.
A aquella violencia la escritora tuvo que sumar otra mayor. La de ser agredida sexualmente desde los tres años por su hermano mayor de 17 años. A él le desea “que la vida le ponga en su sitio y haga justicia”. Y es que cuando sus abuelos salían de casa, Lucas aprovechaba para agredirla sexualmente. “Me obligaba a practicarle sexo oral, introduciendo su asqueroso pene en mi boca de manera forzada hasta acabar, luego yo vomitaba del asco. Después de cada agresión, siempre me amenazaba con matarme si llegaba a contarle a alguien lo que sucedía. Muchas veces intenté esconderme bajo la cama de mis abuelos cuando me percataba de que venía a buscarme para agredirme sexualmente, sin embargo, era inútil, ya que utilizaba sus enormes manos para sacarme y llevarme a rastras. Yo, Kamila, la invisible, vivía con mi cuerpo lleno de moretones y magulladuras, mis pequeñas bragas estaban la mayor parte del tiempo llenas de semen y sangre, muchas veces me daban fiebre y desmayos, pero nunca recibí asistencia médica ni atención, nunca llegaron a preguntarme por qué había sangre y semen en mis braguitas. Básicamente, a nadie le importaba lo que me pasara, en esa época yo era una niña constantemente asustada, temerosa de casi todo lo que me rodeaba, debido a esto era obediente a todo y a todos, para así poder evitar un poco los maltratos múltiples a los que constantemente estaba expuesta”.
Así, con apenas catorce años, “una madre enferma, una hermana epiléptica, dos abuelos ya ancianos y la precariedad que había en mi casa, sentía que el mundo se me venía encima. Un día llegaron a mi casa unos tipos, unos mafiosos bastante conocidos en la favela, ofreciéndole a mis abuelos un trabajo de niñera para mí. Mencionaron que su hermana tenía una niña pequeña y necesitaba alguien que la ayudara. Como era de esperarse, mi familia aceptó a la primera oportunidad. Yo, inocente, estaba bastante ilusionada con el trabajo, era una gran oportunidad para mí de salir de mi casa y ser libre de aquel infierno y de la esclavitud constante que vivía; por otra parte, para mi familia significaba una entrada de dinero mensual”.
Su inocencia se topó con la tremenda realidad del sistema prostitucional. “Una esclavitud que beneficia económicamente al proxeneta y sexualmente a los hombres para ejercer el poder y sus malas costumbres sobre las mujeres y niñas necesitadas”. Y donde además al putero a las mujeres prostituidas se les enseñan a ver como el cliente, cuando es “el que manda y demanda, el que siempre tiene la razón, aunque no la tenga porque tiene el dinero, y el que tiene el dinero tiene el poder. Las prostituidas somos el producto bruto, la mercancía, que consiste en tres huecos: boca, vagina y ano. Porque para la mega industria del sexo solo somos un trozo de carne ambulante con tres orificios disponibles”.
Así fue como la llevaron a
un puticlub donde empezó cogiendo las llamadas. Y de ahí a su primer
torturador. “Un médico de entre cincuenta y cinco y sesenta años. Yo estaba
asustada”. A ese putero, si hoy pudiera le miraría a los ojos y le diría
que ella podría ser su nieta y si no le daba vergüenza violar y abusar a una niña
pobre y muerta de hambre”.
El tráfico de esclavas sexuales
Después Kamila tuvo que ser prostituida por una lista infinita de abusadores en un segundo puticlub y de ahí traficada a Chile y México. Este último país no lo puede olvidar. “Lo que allí vi y viví me demuestra el machismo extra que allí tienen contra las mujeres y niñas. El balazo en la cabeza que le dieron a una compañera y las quemaduras que nos hicieron en nuestras espaldas como advertencia de lo que eran capaces de hacer a las «mujeres de vida fácil» o «de vida alegre», son pruebas para mí más que suficientes para decirlo. Estos títulos se los regalo con honores a los proxenetas, porque ellos sí son personas de vida alegre y vida fácil, que se quedan sentados viendo cómo mujeres y niñas son penetradas día y noche por boca, vagina y ano”.
Por eso Ferreira aprovecha para mandar un mensaje a personas como Ana Redondo, la actual ministra de Igualdad, que dice que "hay que abrir un debate sobre la prostitución". A ella y a cualquiera le propone que “además de escuchar la voz de todas las supervivientes, porque una vez que se nos escucha es imposible hablar de debate, se pongan en un chalé veinticuatro horas y compartan cama, mesa y baño con veinte o treinta mujeres de nacionalidades y culturas distintas explotadas sexualmente por puteros y proxenetas, y después hablamos. La prostitución cambia a las mujeres, su forma de pensar, la forma de mirar la vida y las personas. El sistema prostitucional anula completamente la identidad y la personalidad de las mujeres”, recalca.
Tras Latinoamérica aterrizó en España en 1993. “Estaba ilusionada y asustada a la vez. Llegué a Valencia y después a Tenerife, pero en todos los lugares durante tres décadas nunca vio la consigna que dijera: «Aquí no se permite pegar a las mujeres». Todo lo contrario, que te golpeen es un reclamo, un plus añadido que se ofrece dentro del «servicio» y tienes que aceptarlo porque pagan por eso”, recalca.
Y es que en todos y cada uno de los burdeles Kamila, como el resto de las prostituidas eran obligadas a “hacer plazas” o lo que es lo mismo a coger cada veintiún días “tu maletita con tus maquillajes y tus apenas dos prendas de ropa, y trasladarte a un nuevo lugar”.
Un periodo de tiempo que como explica en el libro tiene que ver con que antiguamente, en la prostitución, “se respetaban los días del período de la mujer y muy pocas se ponían algodones para ser prostituidas menstruadas. Pero cuando la prostitución dejó de ser «artesanal» y se convirtió en una mega industria, esto ya no se respetó y hasta la industria farmacéutica comenzó a fabricar esponjas vaginales. En fin, que, aunque, en principio, las plazas duraban veintiún días para respetar el periodo de la mujer, se han quedado así, pues este lapso de tiempo tiene otros beneficios. En los restantes siete días se aprovecha para cambiar de plaza, lo que es conveniente porque los puteros se cansan de encontrar siempre a las mismas mujeres y demandan carne nueva. Además, es un modo de evitar que algún violador se encapriche de alguna de las chicas y se atreva a sacarla. Pero el caso es que, de plaza en plaza, subes a un avión, a un taxi o a un tren que te lleva a tu destino y allí permaneces esos veintiún días sin salir”.
Las parafilias de los puteros
En esos campos de concentración de los que no salen las mujeres son violadas por todo tipo de puteros. “Los violadores prepago, pueden estar borrachos, drogados -mayoritariamente los fines de semana y de madrugada- y llegan meados, cagados o vomitados. Es asqueroso, sucio, repulsivo. También están los hediondos que tienen las uñas de las manos y pies llenas de mugre. Con un olor a sudor viejo de los pies a la cabeza, con mal aliento y suciedad en los dientes. Con los oídos asquerosos y legañas en los ojos. Tienen la polla tan sucia que parece que tienen queso y vienen con restos de mierda seca y a veces fresca en la entrada del culo. Dejan después todo oliendo mal. Pero da igual. Lo único que importa es el dinero y nada más”, cuenta Kamila.
A estos “maravillosos clientes” se suman otros como los “come menstruación” o “lluvia roja”. “Hay un inglés que vive en el sur de Tenerife que es uno de los más repugnantes que he conocido en mi vida. Va por diferentes puticlubs buscando cualquier chica que tenga el periodo. Lo único que hace es comerse la regla. Se excita con esto y se va contento a su casa”. Hay otros puteros a los que les pone comerse las heces. “No es para nada excepcional. Les encanta que evacues en su boca, si tienes ganas de hacerlo naturalmente, mucho mejor. Por lo general, como nunca sabemos cuándo va a venir, tenemos que provocarlo con enemas o supositorios. Si el comemierda es putero fijo de la chica le avisa un día antes y ella toma laxante. Ese día, él se harta de comer mierda y se va feliz y contento a su casa”.
A estos vomitivos violadores se les suman los “bebe pis” o amantes de “la lluvia dorada” a los que les gusta "que la mujer tome una cerveza antes, beba mucha agua, y espera que a ella le den ganas, y él, con mucho placer, bebe toda su orina"; o el putero kung-fu. “A este algo malo le ha sucedido en su vida y él llega dando golpes a la chica elegida. Viene, paga a la chica, le da un golpe y se va. Yo no entiendo por qué, pero esto pasa también”.
Con esta tortura los daños físicos y emocionales que desarrollan las mujeres son tremendos. Tal y como describe la autora “hay problemas en la piel a causa de los trastornos emocionales; dermatitis por el estrés, soriasis, acné, pérdida de color en la piel o vitíligo… También se generan desórdenes alimenticios o problemas en el hígado y cardíacos por el exceso de drogas y el alcohol. Muchas desarrollan enfermedades mentales y diabetes, dolores en las piernas, problemas circulatorios por estar horas y horas con tacones o enormes plataformas. Problemas de audición por la música alta en los clubes. Problemas de visión por las luces de neón. Las mujeres y niñas prostituidas envejecen precozmente. Muchas acaban teniendo cáncer de útero y ovarios o abortan de forma clandestina. Yo sufrí siete abortos dentro de la prostitución”.
Por eso la autora de España, la Tailandia europea da fe de que “la prostitución denigra a la mujer, pero el trabajo honrado dignifica al ser humano”. Esta superviviente tiene claro que seguirá combinando su trabajo como limpiadora con la pedagogía de la verdad. “Continuaré desmitificando la socialización de la romantización de las mujeres prostituidas porque la perpetuación de este estereotipo es dañina, genera desigualdad y estigmatiza. El sistema prostitucional no se mantiene solo, es un monstruo que engulle mujeres, pero que genera beneficios suficientes para invisibilizar la explotación y buscar maneras menos visibles de generar más putas, siempre precarias, siempre migrantes. El sistema prostitucional abusa, maltrata, viola, humilla, explota y desecha a niñas y mujeres”. Kamila, como otras grandes mujeres supervivientes o como cualquier abolicionista, sabe que la lucha por los derechos de la mujer es también la lucha por la humanidad.
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