Gisèle, la francesa de 72 años que durante una década fue drogada por su marido Dominique Pélicot y ofrecida como un trozo de carne a un centenar de victimarios para ser ultrajada sexualmente en al menos en 200 ocasiones, está sacando a la luz la brutal cultura de la violación a la que las mujeres, por el hecho de nacer mujeres, somos sometidas. Su valiente y gran testimonio, además de ser un #SeAcabó mundial, un #MeToo para que el miedo cambie de bando, ha puesto sobre la mesa el terror de ser maltratada y violada en la madurez de la vida. Bárbara Zorrilla Pantoja, psicóloga experta en violencia de género y Ana Rosa Jurado, doctora en Medicina y sexóloga, explican qué motiva a estos agresores a escoger a sus víctimas y la indefensión a las que las someten.
Gisèle, pese a recalcar que su actual fuerza es solo una coraza, “en mi interior soy un campo de ruinas”, ha alzado la voz por los cientos de veces que no pudo y por todas las mujeres torturadas como ella. “Quiero que el miedo cambie de bando”, ha repetido con la cabeza bien alta durante el juicio que se llevará a cabo durante meses. Un proceso a puerta abierta en el que el mundo entero está viendo las caras de los misóginos que la han devastado y roto en mil pedazos. Hoy Gisèle hace resonar a la poeta y escritora Audrey Lorde para señalar a un sistema que atenta a los derechos humanos de las mujeres y que es ejercido por acción u omisión por los hombres en complicidad con el resto de la sociedad.
Y es que las palabras que no se pronuncian son las que se hacen más necesarias. “Son el eco de los silencios impuestos y aprendidos. Solo transformando el silencio en lenguaje y acción se logra protegerse de verdad. La muerte es el silencio definitivo. Yo iba a morir, más tarde o más temprano, tanto si había dicho lo que quería decir como si me había callado. Mis silencios no me habían protegido. Vuestros silencios no os protegerán”, escribía Lorde.
Nuria Coronado Sopeña
Y es que abusar sexualmente de mujeres mayores es mucho más común de lo que pudiera parecer. De hecho, dos periodistas francesas Sophie Boutboul y Leila Minano han puesto luz sobre ello. Ambas profesionales han hecho una escalofriante y necesaria investigación para Mediapart en la que se ven la violencia sexual en geriátricos de Francia. “Hay decenas de víctimas, cien casos judicializados, algunos con condenas muy fuertes porque se tomó en cuenta como agravante la edad y el estado de salud de las víctimas. Es muy complicado detectar estos casos porque las mujeres están silenciadas por su estado de salud, algunas no pueden recordarlo.
Además, cuando los casos logran llegar a la justicia, las víctimas no pueden declarar porque están muy frágiles", explicaban en una entrevista a France 24H. De hecho, su trabajo periodístico partía de la denuncia de Denise, una anciana de 93 años que fue violada por un terrorista machista que logró entrar en la residencia en la que estaba. La anciana murió poco tiempo después a causa de la misma. “Se dejó morir después de la violación", explica Sophie Boutboul. Esta víctima se atrevió a romper el silencio. Gracias al examen médico y a pesar de que su agresor no pudo ser identificado, se comprobó la violación.
Su denuncia además sirvió para mostrar que en esa cultura de la violación silenciada hay cómplices que la perpetúan. “La dirección de la residencia quiso disimular la violación diciendo que los hematomas producidos eran fruto de una caída por las escaleras”. El testimonio de Denise abrió un precedente. “Gracias a ella se han podido conocer más casos como este, que son más comunes de lo que parecen y poco comentados por la opinión pública”, explicaba Leila Minano.
Un delito más extendido de lo que se piensa
En España también podemos dar fe de ello. Uno de los últimos casos conocidos es el del cuidador de 43 años de la residencia pública de Centro de Día para Personas Mayores de San Sebastián de los Reyes (Madrid) que violó a tres mujeres de 100,90 y 78 años. En el primer caso “el deterioro cognitivo y su avanzada edad” fueron los argumentos, primero de la familia, y después del centro para no actuar desde la primera señal. Y es que, aunque la anciana de 100 años denunció lo sucedido, no fue hasta que una segunda víctima de 90 años relató los mismos hechos, que creyeron sus palabras y localizaron al agresor. Tras ella otra residente de 78 pudo denunciar otra violación.
Tal y como aseguraba Susana Cremades, de la Plataforma de Familiares y Amigos de Moscatelares, la residencia afectada, la primera anciana “no podía exactamente relatar los hechos ni reconocer quién ha sido". Es entonces cuando la trabajadora que escucha su relato lo comenta a la empresa. “A partir de ese momento se decide cambiar a los cuidadores de planta para iniciar una investigación”. De hecho, la nuera de una de las víctimas de la residencia donde trabajaba el violador detenido en Madrid relataba a La Sexta que su suegra decía "que había un señor que entraba en la habitación” y que desde hacía meses llevaba poniendo “una silla en la puerta para que no entrase". El cuidador aprovechaba que se quedaba a solas en el cuarto para cambiar a las ancianas y así abusar de ellas.
"No son creídas"
Tal y como destaca Bárbara Zorrilla Pantoja, psicóloga experta en violencia de género, directora del Centro de Psicoterapia Integral que lleva su propio nombre y fundadora del centro de Psicoterapia Integral Mujer, “las mujeres mayores son un colectivo especialmente vulnerable y es muy difícil detectar estos casos. No sólo no son creídas, porque a edades avanzadas solemos encontrarnos habitualmente con deterioro cognitivo, lo que pone en entredicho su credibilidad, además, por supuesto, por machismo, corporativismo y las razones de siempre, pero es que, además, no lo cuentan. Muchas mujeres son dependientes, necesitan a alguien externo para satisfacer sus necesidades, experimentan lealtad hacia sus cuidadores, que son muchas veces los perpetradores, tienen miedo, y todo esto las coloca en una situación de elevado riesgo de sufrir abusos y violencias de todo tipo, además de limitar sus posibilidades de pedir ayuda”.
Una vulnerabilidad que según recalca Ana Rosa Jurado, doctora en Medicina y sexóloga, se acrecienta por el tabú social que suponen las violaciones en estas edades. “Encontrarse en situación de vulnerabilidad significa ser susceptibles de ser abusadas. Desactivar el tabú requiere visibilizar esta posibilidad de sufrir una agresión sexual, derivada de la propia vulnerabilidad y prevenir de forma efectiva. El silencio nunca es adecuado. Es mejor poner los riesgos sobre la mesa y ayudarlas a abordarlos, con asertividad y sabiendo que tendrán apoyo en la denuncia ante situaciones de incomodidad, que seguro son pródromos de agresiones”.
A ello, la secretaria general de la Academia Española de Sexología y Medicina Sexual, Ana Rosa Jurado, añade la importancia “de no poner el peso de la acción en las víctimas sino en la prevención primaria. Deberíamos elaborar perfiles de victimarios y mecanismos de protección efectiva”. Una protección que sin embargo está en pañales. “Si bien podemos hablar de perfiles con patrones de excitación poco adaptativos, más disfuncionalidad sexual, además de componentes de personalidad como la inseguridad, el resentimiento y el aislamiento, hay escasos estudios al respecto”.
Faltan datos
Pero, aun así, ¿qué diferencia a un violador que escoge víctimas de edad avanzada frente a mujeres más jóvenes. Según Bárbara Zorrilla Pantoja, “aunque faltan datos y estudios específicos que permitan responder a esta pregunta de manera inequívoca, lo que sabemos es que, dentro del perfil de un violador encontramos diferentes características, como que son personas normalmente integradas en la sociedad, aunque se crea que tienen una extraña personalidad o un trastorno mental, que usan la violencia sexual no tanto por la gratificación sexual sino por la sensación de poder experimentada, que tienen baja empatía y que evaden la responsabilidad de sus actos. Para entender por qué un violador agrede de forma preferente a mujeres mayores es importante acudir a la propia historia vital del violador, valorar si él mismo ha sufrido violencia sexual o maltrato en la infancia y si tiene una parafilia, la gerontofilia, que es la atracción sexual hacia personas de la tercera edad. Sin olvidar que los violadores buscan víctimas más débiles, sobre la que pueden ejercer su poder y someterla, se aprovechan de su situación de vulnerabilidad”.
A esta descripción Jurado añade que este tipo de violadores suelen encubrir “mayor prevalencia de trastornos psicopatológicos y tienen patrones de excitación sexual, fantasías y conductas masturbatorias más desadaptativas”. De hecho, dicha sexóloga explica cómo en algunos estudios se han diferenciado para el análisis desde el punto de vista psiquiátrico y penitenciario, dos grupos de agresores sexuales, los menores y los de mujeres adultas. “Al parecer existen algunas diferencias entre estos dos grupos, como el hecho de que los agresores de menores están socialmente más integrados, por el tipo de trabajo, nivel socio cultural, la presencia de núcleo familiar, etc. Desde el punto de vista sexológico, el placer del agresor de menores se centra en el objeto de deseo, mientras que el del agresor de mujeres adultas se centraría en el poder, en la resistencia de la víctima. Por eso en los estudios mencionados aparecen los primeros como menos violentos, más embaucadores, y con más distorsiones cognitivas en cuanto a la persona agredida y su relación con ella. No existen estudios que evalúen de forma diferencial el perfil de los agresores de ancianas. Pero en el análisis sexológico podemos presuponer que se asemejan más a los agresores de menores. No necesitan utilizar la violencia, solo recursos coercitivos, y la situación de vulnerabilidad de la víctima”.
Uno de los agresores sexuales en serie, y cuyo caso estremeció en su día a nuestro país, fue el de José Antonio Rodríguez Vega. “El Mataviejas”, como fue conocido entonces, violó y asesinó a 16 ancianas entre 1987 y 1988. Su primera víctima, y también la más joven, fue Victoria Rodríguez Morales como su primera víctima. Tenía 61 años y la asesinó en su domicilio en Santander. Después quien fue calificado como “psicópata desalmado”, hizo lo mismo con otras 15 mujeres de entre 80 y 94 años. El violador y asesino en serie fue condenado a más de 440 años de cárcel. No los llegó a cumplir. Tres presos muy peligrosos de la cárcel de Topas (Salamanca) a la que se le envió le asesinaron de más de cien puñaladas. Además, le sacaron los ojos y parte del cerebro.
La gerontofilia, otra desconocida
Esta cultura de la violación pone también sobre la mesa un concepto poco nombrado y en el que el nivel de violencia es proporcional a una parafilia. “Podemos hablar de gerontofilia, pero esta parafilia explica sólo la inclinación sexual hacia personas ancianas, y hay múltiples razones por las que pueden tener esta fijación, pero no explica la agresión. En toda violación hay un ejercicio de dominación y sometimiento y hay violencia, física o de otro tipo, encontrando mayores niveles de violencia cuando se trata de perfiles sádicos, furiosos o explosivos. Respecto a la venganza, hay que hacer una evaluación de la historia vital del agresor y valorar la existencia de traumatizaciones previas”, recalca la psicóloga experta en violencia de género.
Pantoja además apunta que, aunque estos terroristas machistas, violen a mujeres mayores no significa que no lo haga con otras edades. “Puede o no violar a mujeres de otras edades, hay muchas diferencias individuales cuando hablamos de perfiles psicológicos de los agresores sexuales y de motivaciones hacia la violación. Si se trata de lo que se denomina un violador oportunista es más probable que viole a otro tipo de mujeres si tiene la ocasión de hacerlo, sin planificarlo. No obstante, estos violadores de mujeres mayores suelen planificar su actuación, valerse de la vulnerabilidad de la víctima y buscar profesiones que se lo permitan, trabajando con el colectivo de personas mayores”.
A las violaciones en estos entornos o a los llevados a cabo por sumisión química hay que sumar los casos de mujeres que han sido violadas estando en coma. Para la psicóloga el que la víctima no oponga resistencia hace más probable que el placer no se obtenga del poder, sino del objeto del deseo. En este tipo de agresores es más frecuente encontrar, como en los de ancianas, patrones de excitación poco adaptativos, más disfuncionalidad sexual, además de componentes de personalidad como la inseguridad, el resentimiento y el aislamiento. Unas violaciones que a estas alturas de la vida dejan “huellas muy graves y dolorosas, a las secuelas habituales de la violencia sexual experimentadas por las víctimas se añade un profundo daño a la autoestima por el sentimiento de cosificación experimentado, por la indefensión y vulnerabilidad, nos encontramos con altos niveles de ideación autolítica, manifiestan su deseo de morirse, muchas se dejan y lo consiguen”.
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