“Las mujeres del medio rural tenemos un plus de desigualdad”
Nina Infante Castrillo en su casa en Valladolid sosteniendo la cartilla del Servicio Social de la Sección Femenina que hizo en 1968. |
Hay una generación de mujeres que como decía la maestra Clara Campoamor aprendieron la libertad ejerciéndola. Son aquellas que como Nina Infante Castrillo vivieron en la España rural y aun teniéndolo todo más difícil decidieron que sus vidas nos las iban a escribir nadie más que ellas. Y así, sin quizá saberlo entonces, harían no solo historia para ellas, sino que también la historia de nuestras vidas sea mucho mejor y más libre.
Esta respetada referente feminista (no solo de Castilla y León sino de la historia viva de nuestro país) vino al mundo allá por 1947, en un pueblecito leonés llamado Bercianos del Páramo. Allí aprendió a “hacer frente a la vida” lidiando con las dificultades de nacer en una familia humilde y construyendo después una independencia hecha a la medida de una mujer sin miedo. Una valiente que sin embargo sigue teniendo un sueño por cumplir. “El de la igualdad real. Es decir que a las mujeres se nos trate como a personas adultas, con respeto, en todos los ámbitos de la vida, desde la política, al cuidado, desde el deporte a las decisiones en todos los espacios y en todos los territorios. No a la violencia machista que genera la desigualdad”, comenta.
Nuria Coronado Sopeña
Hablar con Nina Infante Castrillo es escuchar la sabiduría de quien no olvida. Es traspasar la genealogía y brotar la importancia de los orígenes. “En casa éramos nueve, a veces diez si venia mi abuela, cinco chicas y dos chicos, yo la del medio. No teníamos baño. Recuerdo a mi madre que me subía encima de la mesa y en una caldereta con agua caliente y estropajo de esparto en mano y aquel panal de jabón casero elaborado con el sebo del cedo y la sosa caustica, me dejaba la piel brillante y un poco roja, pero bien masajeada. En aquella época no había agua corriente en las casas, ni conducción de aguas fecales, las necesidades las hacíamos en la cuadra o en el corral”.
Esta leonesa dejó su hogar para irse a Valladolid en 1969. Lo hizo después de convencer a su familia de que “estaba decidida a estudiar” y que si algo quería era cumplir su sueño. “Tenía 22 años, me faltaba un año para ser mayor de edad. En aquella época las mujeres obteníamos la mayoría de edad a los 23 y los hombres a los 21 así que ingresé en el Instituto Rural El Pino, un internado un tanto peculiar, en el que convivíamos chicas y chicos del medio rural que no habíamos tenido oportunidad de estudiar”.
Paradojas de la vida esta paramesa impulsó la creación de la profesión de agente de igualdad no sin antes tragar saliva y cumplir con el mandato de la buena española. Estuvo “empleada al servicio inmediato a España” en la sección femenina.
¿Qué recuerdas de aquella infancia en un pequeño pueblo junto a tu humilde familia?
Recuerdo un pueblo pequeño donde todos y todas nos conocíamos, para bien, porque eso significaba que si te perdías alguien te encontraría y te reconocería, y para no tan bien porque el control podría suponer un agobio, si cometías alguna trastada siempre se enteraría tu familia. ¡Tantos recuerdos… en una familia pobre, pero como todo mi entorno lo era, mis amigas, mis familiares en general, tampoco era demasiado problema, no conocía otra forma de vida! La casa era de tapial, el acceso era un portón de madera, a la izquierda la puerta de la cuadra, teníamos dos machos: “el chato y el rubio” y al fondo de la cuadra el pajar. Era una entrada con un suelo empedrado donde por donde accedíamos todos y todo, la familia, los animales, el carro…Mis recuerdos de infancia eran la libertad. Cuando iba yo sola y me encontraba con vecinas y vecinos, me saludaban, ¿Dónde vas, Nina?, me trataban con aprecio. Decían que era simpática.
Cuando iba a la escuela con mi maleta y contenta porque me gustaba, porque quería aprender, porque tenía amigas y porque jugábamos a tantos juegos. Yo estaba de las primeras en la clase de escuela de niñas y muy bien considerada como inteligente. Eso me servía para que en casa también me vieran así. Todos los juegos me encantaban, pero tenía verdadero delirio por jugar al frontón, incluso a veces me llevé algún castigo por jugar un partido después de salir de la clase y llegar tarde a las labores del campo. En los últimos meses del curso escolar, desde muy pequeñas, cuando salíamos de la escuela teníamos que ir a trabajar al campo.
¿La tierra, el campo, se lo ha puesto más difícil a las mujeres y quizá por eso vosotras también sois más fuertes?
En mi pueblo las mujeres trabajan también en el campo igual o más que los hombres. Lo que más sobresale es que trabajando igual, la decisión de donde se sembraban, en qué parcelas, si se destinaban a cultivar cereal, o remolacha etc., los que vendían la cosecha y controlaban el dinero eran ellos. Por supuesto las demás labores asignadas a las mujeres, el cuidado, de grandes y pequeños, hacerles la ropa, estar al tanto de su educación, salud y limpieza, sencilla pero buena presencia. Realmente mi madre hacía de todo, y nos enseñaba de todo y sobre todo recuerdo la actitud positiva. En definitiva, a estar haciendo frente a la vida. Ella sobrevivió a la Guerra Civil, con una niña de dos años y otra que nació durante la misma y trabajando las tierras para poder comer.
¿Asociarse con más personas en sindicatos, partidos políticos o en el propio Forum Feminista fue tu manera de ocupar tu lugar en el mundo? ¿Qué era lo que aprendías de esos entornos y lo que tú dejabas en ellos?
Yo tenía claro que la única forma de lograr avanzar era asociándose. Durante el periodo franquista no era posible por la prohibición de la dictadura, pero siempre podíamos juntarnos para hacer teatro u otras actividades culturales, radio, concursos, etc. La relación con la juventud y pedir ayuda a personas más instruidas como maestras, maestros o párrocos facilitó el desarrollo de, por un lado, aprender a organizar y proponer actividades que nos convenían a todos, y por otro relacionarnos entre la juventud en el pueblo y con la juventud de otros pueblos. Los años 60 es una década de cierto movimiento desde maestras y gentes de la enseñanza y cierta parte crítica de la Iglesia.
Esta realidad significó que personas como yo, que no habíamos tenido opción de estudios, aprovechásemos esos aprendizajes, esas oportunidades de aprender y desarrollar algunas de nuestras actitudes. Yo aprendía de todo, a conocer personas, otras experiencias, a expresar mis ideas y contrastarlas, a relacionarme de forma diferente. A su vez yo dejaba mi idea de la ayuda, de la justicia, del empeño y de mucho tesón y fuerza de superarme.
Hablar de internados es hablar de otros tiempos, ¿cómo eran aquellos sitios?
Cuando llegué a Valladolid en 1969 al Instituto Rural El Pino lo hice para como decía el lema para aprender. Era una institución donde se procuraba la relación igualitaria, además de las clases, un sistema pedagógico globalizado. Se trataba de analizar la situación social y política, sus consecuencias y resultados para el avance personal. Por este motivo teníamos un mes de clase en las aulas y otro mes en la familia de donde procedías. En este periodo tenías que leer, hacer todo tipo de ejercicios propuestos y trabajar en el campo, ese era mi caso. Recuerdo estar memorizando a Lope de Vega, Calderón o a Herodoto, Sófocles y otros clásicos griegos, mientras iba en el carro hacia las viñas a vendimiar.
En la vida del Instituto, teníamos equipos mixtos de trabajo para hacer las tareas de limpieza y organizarnos, así como para estudiar, por encima de todo ayuda, pero todos y todas a mantener el centro acogedor. Este internado para mi supuso una liberación, “una cama para mi sola, aunque fuera estrecha” y una comida variada, fin de todos los días comida de garbanzos “viudos”. Por tanto, para mí el internado era agradable, por las relaciones en igualdad, el aprendizaje, la consideración, respeto y valoración del profesorado y porque a través de otras actividades y coloquios con profesionales, artistas etc., conocíamos el mundo.
¿Cómo te sentías tratada como “empleada al servicio inmediato a España” en el servicio social?
Creo que el texto y ambiente donde se producía te hacía pensar que debías de agradecer una enseñanza que te ofrecían de forma gratuita. Nada se podía opinar en contra, la dictadura era férrea y el miedo a hablar recorría toda la sociedad.
¿Cuánto tiempo lo cumpliste y dónde?
Durante aproximadamente un mes estuvo la cátedra de la Sección Femenina en mi pueblo Bercianos del Páramo. Asistí a las clases que impartían de “labores propias” como costura, manualidades, gimnasia y bailes regionales. Recuerdo que insistían mucho en la higiene de la casa, poner flores y ambiente agradable. “Siempre para agradar y servir”. En aquellos momentos, casi nadie tenía plantas, lo importante era producir, estábamos en una sociedad rural y muy rústica, muy pobre.
¿Cómo era la disciplina y la compostura exigida?
Realmente no podíamos apreciar rigideces más allá de lo que las maestras te habían inculcado. Todos los sábados por la mañana acudíamos a la escuela, hacíamos el saludo fascista y cantábamos el himno nacional: “Viva España, los yugos y las Flechas, canten al compás de un nuevo amanecer…”. Aquella canción nunca terminaba, si se te caía en brazo tenías castigo seguro. También dábamos religión. Toda nuestra enseñanza lo había sido, nada había cambiado, hora de entrada, hora de salida, atención y nada que alegar.
Imagino que aprendiste a saltártela de lo lindo…
O clase de la Sección Femenina o apañar vides. En esos momentos tenías a la familia y todo el pueblo vigilando. Lo mejor era no destacar por esta razón. En caso de falta de obediencia eras denunciada a tus padres y estos podían retirarte el permiso para acudir a las clases e ir a trabajar o hacer labores en el campo.
La cartilla se firmaba por Dios, España y su Revolución Nacional Sindical ¿amén no?
Había que decir amén a todo. Primero se hacía el discurso y alabanzas pertinentes, después se valoraba muy positivamente lo listos y listas que éramos, el ejemplo del pueblo y pueblos que éramos. Y luego había que bailar la jota que nos habían enseñado… “Tú eres el encanto del Páramo entero”, decía la letra …
Viendo esa foto del Guardia Civil dándote la cartilla ¿qué te recorre por el cuerpo?
Cuando veo ahora la foto recibiendo la cartilla que te la firmaba el cura párroco y te la daba la guardia civil, todo controlado. No sé por qué, pero una sensación entre miedo y rabia se apodera de mí.
¿Cómo empiezas tu lucha para impulsor la creación de la profesión de agente de igualdad?
Los análisis de la situación social en nuestro entorno y en la sociedad me llevaron a reflexionar sobre la discriminación de la vida en el medio rural, pero también a comprobar que las mujeres tenemos un plus de desigualdad. Siendo responsable del área de Igualdad en Izquierda Unida participé como candidata en las elecciones y fui elegida concejala en el Ayuntamiento de Valladolid en 1991. Es en ese periodo trabajé en un proyecto europeo como Ayuntamiento de Valladolid, con otros ayuntamientos de España, la Universidad Laboral de Madrid y organizado por la Fundación Dolores Ibárruri.
Se trataba de trabajar por la igualdad con profesionales formadas, por ello, acceder a la profesión con una formación mínima de diplomada, más otra formación en igualdad para poner en marcha planes y medidas para corregir desigualdades históricas mediante Agentes de Igualdad y acoger todo el activismo que de muchos años, muchas mujeres venían desarrollando como promotoras de igualdad. Por tanto suponía investigar, desigualdades, conocer otras experiencias y otros países, europeos o no y llevar a las administraciones herramientas potentes para avanzar en el desarrollo democrático.
¿Cuántas mujeres de tu generación no han podido hacer sus sueños realidad?
En general casi todas las mujeres que vivían en el pueblo se quedaron y formaron una familia. La mayoría de ellas manifiestan que les hubiera gustado estudiar y vivir y conocer más lugares.
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